El 18 de julio de 1936, al producirse el levantamiento militar contra el Frente Popular, en el norte de España -desde el cabo Finisterre hasta Irún- había muy pocos vehículos blindados. Poco más de una docena de camiones blindados y vetustos carros de combate experimentales, eran lo que había en algunos regimientos y establecimientos fabriles militares gallegos, asturianos y vascos.
A partir del mes de agosto, en varios lugares de la «geografía sublevada» -Pamplona, Vitoria, Ferrol, Lugoà- se pusieron en marcha diferentes talleres mecánicos y de chapa para producir blindados con los que apoyar a las columnas que combatían en los frentes cantábricos; unos blindados de circunstancias, a menudo desagradables a la vista, pero útiles en misiones de transporte de personal, apoyo próximo en operaciones y transporte de heridos, y muy especialmente en misiones de apoyo sicológico y de desmoralización del enemigo.
Además de la producción propia, los sublevados capturaron numerosos blindados enemigos -algunos de muy buena calidad y hechuras-, los cuales pusieron en orden de marcha y los in