La mítica ciudad de Cíbola y la búsqueda de un nuevo El Dorado condujeron a Francisco Vázquez de Coronado al sur de los Estados Unidos. Por primera vez, ojos europeos veían aquellas tierras: inmensos desiertos, cañones colorados, grandes llanuras repletas de bisontes, peligrosas tribus indígenas, entre ellas los apaches... Fueron años de conquista y evangelización de una parte aún desconocida del Nuevo Mundo, años plagados de enfrentamientos y enfermedades, pero también de glorias y objetivos conseguidos. Unos tiempos que vieron masacres en ambos bandos, sufridas y cometidas, o hechos tan fundamentales en la Historia como la caída de la civilización mexica; pero a su vez, fueron, como todos, tiempos de seres humanos que vivieron, sufrieron, amaron y murieron; hombres y mujeres (ésta con un papel olvidado), que conformaron un mundo que aun hoy nos deslumbra. Y es la mirada abierta, inconformista, asombrada y admirada de un franciscano, fray Tomás de Urquiza, quien nos cuenta su historia. Años después, en 1564, rememora la expedición en la que, veinte años antes, acompañara a Coronado... y, desde