Frente a un jurado de escritores, desvalida, casi ciega y sin apoyo alguno, Lidia Chukóvskaia ha de defenderse a sí misma. Estamos en 1974 y todo depende de esta sesión de la Unión de Escritores: el derecho a seguir publicando o la erradicación de sus libros de todas las bibliotecas de la URSS; la existencia de una posteridad para su obra o la completa supresión de su nombre y del título de cualquiera de sus libros de todas las publicaciones del país. Al final, quedará excluida incluso de la comisión del Patrimonio Literario de su padre, el gran intelectual Kornéi Chukovski, y tampoco podrá aparecer en las biografías que se le dediquen. No será sólo una escritora silenciada, sino también un personaje borrado de la vida de sus seres queridos: «Si un memorialista escribía: Lidia Kornéievna abrió la puerta o Lidia Kornéievna se sentó a la mesa, esa frase se tachaba. Yo nunca abrí la puerta ni me senté. No estoy y nunca estuve». Pero las consecuencias de esta sesión no se vinculan tan sólo a la literatura o al pasado: vigilada de cerca por el KGB, quedará aislada de todos sus amigos. Algo especialmente difícil p