La nada está llena de colores: los colores de los ojos de los inocentes, esos que no tienen más que una boca coagulada como un eclipse de gritos.
Nada mejor que dibujos de trazos inocentes para representar este mundo de personajes absueltos. Mi hijo Eduardo escuchó estas historias y quiso plasmarlas. Fue como el verdor incipiente de otro futuro paisaje en el que quizá el color de la nada pueda ya reconocerse.