Un concesionario es un lugar donde se vende ilusión. Sus instalaciones están perfectamente diseñadas, goza de una gran belleza, y las compras que allí se hacen atienden a deseos más que a las propias necesidades de la persona. Pero, desde fuera, uno no es capaz de entender el funcionamiento interno de este tipo de negocio, ni la relación que tiene con su proveedor: la marca a la que representa, a la que defiende ante el cliente y cuyo logo luce en el frontal. Esta relación roza lo insano, con situaciones de abusos y autoritarismos más propios de otras épocas o regímenes que de la democracia y el siglo XXI. El libro que ustedes tienen en sus manos muestra el ejemplo de una persona que, con la ilusión como principal arma, fue capaz de construir un grupo con más de doscientos trabajadores, y con una facturación de varias decenas de millones de euros. Pero que cayó en desgracia por no aplaudir, cuanto le era exigido, a los supervisores de turno o al presidente de la compañía. No fue suficiente con hacer bien el trabajo, vender coches y generar trabajo y buena imagen. Tenían mucha más importancia las palmadas dadas en su espalda. Este es un ejemplo de una situación generalizada en el sector del concesionario y que no llega a los medios es por el miedo de los propietarios a quedarse sin negocio, y de los propios medios a quedarse sin publicidad.
Un concesionario es un lugar donde se vende ilusión. Sus instalaciones están perfectamente diseñadas, goza de una gran belleza, y las compras que allí se hacen atienden a deseos más que a las propias necesidades de la persona. Pero, desde fuera, uno no es capaz de entender el funcionamiento interno de este tipo de negocio, ni la relación que tiene con su proveedor: la marca a la que representa, a la que defiende ante el cliente y cuyo logo luce en el frontal. Esta relación roza lo insano, con situaciones de abusos y autoritarismos más propios de otras épocas o regímenes que de la democracia y el siglo XXI. El libro que ustedes tienen en sus manos muestra el ejemplo de una persona que, con la ilusión como principal arma, fue capaz de construir un grupo con más de doscientos trabajadores, y con una facturación de varias decenas de millones de euros. Pero que cayó en desgracia por no aplaudir, cuanto le era exigido, a los supervisores de turno o al presidente de la compañía. No fue suficiente con hacer bien el trabajo, vender coches y generar trabajo y buena imagen. Tenían mucha más importancia las palmadas dadas en su espalda. Este es un ejemplo de una situación generalizada en el sector del concesionario y que no llega a los medios es por el miedo de los propietarios a quedarse sin negocio, y de los propios medios a quedarse sin publicidad.