Hay que ser muy educado para soportar a ciertos huéspedes, sobre todo si nos rompen los libros, nos muerden los platos y no nos prestan atención. Sobre todo si se instalan en nuestra casa y se niegan a marcharse. Cuando en alguna furiosa noche de invierno oiga sonar el timbre, no acuda a la puerta y apague la luz. El huésped dudoso (1957) confirma el prodigioso talento de Edward Gorey.