El lugar sin límites juega eficazmente con el engañoso espejo de los sexos en un prostíbulo de pueblo, especie de infierno anodino donde confluyen no sólo las pasiones eróticas, sino además los sórdidos juegos de poder y dominación que suelen marcar los territorios degradados. Esta novela muestra una marginalidad contra la cual el doble filo de las apariencias parece la única estrategia posible, aunque signifique tentar a la muerte.