Todo cabe en un libro como este. Crímenes reales, la pobreza como fuente del crimen y la capacidad extraordinaria de una mujer única para desentrañar la esencia de todo ello. Emilia Pardo Bazán se basaba en esos crímenes, que tanto llamaban su atención, para escribir novelas cortas. Pero dejaba siempre bien clara la diferencia entre crimen real y ficticio. Para ella, el crimen inventado es «cerebral, geométrico y matemático, tan distinto de la realidad humana y tan parecido a los problemas de ajedrez». Por eso mismo, por su imperfección, los crímenes reales eran de su máximo interés, hasta el punto de acudir al lugar del suceso para observar con sus propios ojos los detalles que se les escapaban a los cronistas y, después, opinar sobre todo ello en sus artículos. No dejaba en ellos títere con cabeza. Criticaba a los investigadores que no actuaban con profesionalidad en la inspección ocular de la escena del crimen. A las víctimas y a los asesinos, y lo hace con su peculiar gracejo y su libertad de pensamiento. Marisol Donis recoge el seguimiento que Emilia Pardo Bazán hizo de algunos de los crímenes más memor