Los amantes del arte encuentran a menudo mayor deleite en los bocetos previos a la realización de una obra que en la obra misma. Es en esos dibujos, hechos de algunos trazos sobre un mal papel, donde late el genio, donde éste se manifiesta con mayor claridad y sencillez. Pues bien, la obra que presentamos es justamente eso, un boceto donde a grandes pero precisos y muy argumentados trazos se propone una moral laica (cuyos practicantes no estarían motivados por la esperanza de recompensa alguna ni por el temor a un castigo), una religión indepen-diente de la existencia de un Dios justiciero.
En ella se pasa revista exhaustiva a conceptos tales como recompensa y sanción, premio y castigo, deber y poder, riesgo y acción, para reflexionar sobre los motivos que llevan al ser humano a realizar tanto los actos más abnegados como los más deleznables.
A pesar del riguroso esquema argumentativo, cada página rebosa emotividad. Guyau ilustra sus argumentos con ejemplos de la vida y la historia donde expresa con estilo diáfano y apasionado su compasión por el sufrimiento humano y su admiración por los gestos de abnegación desprovistos de toda pre-
sunción que las gentes sencillas son capaces de realizar en las circunstancias más duras.
La pasión por la vida, la acción como motivación de la vida, el placer de la acción como recompensa de sí misma y la idea del trabajo como sustituto de la oración constituyen el eje en torno al cual gira la tesis de Guyau. Actuemos, dice, en lugar de rezar.
El Esbozo de una moral sin obligación ni sanción tuvo una notable influencia en Nietzsche (quien lo leyó y anotó profusamente), Kropotkin (en su moral anarquista) y Bergson, entre otros, razón esta que por sí sola ha de bastar para dedicarle una lectura detenida.
Jean-Marie Guyau (1854-1888), filósofo, poeta y pedagogo francés, dio en su corta vida muestras de ser una personalidad excepcional, inmerecedora del olvido en el que permanece. Estudiante precoz, recién licenciado, a los 17 años, se impuso la tarea de traducir el Manual de Epícteto. A los 20 era profesor de Filosofía en el liceo Condorcet. Aunque el presente Esbozo sea la más destacada, nos dejó otras obras filosóficas, como Moral inglesa contemporánea, moral de la utilidad y la evolución, fruto de su interés por los filósofos ingleses, La irreligión del porvenir, y Génesis de la idea de tiempo. Su obra poética se reduce a los Versos de un filósofo, mientras que en su vertiente pedagógica es autor de Educación y herencia, además de algunos libros escolares dedicados a la lectura, incluido un Método Guyau. La lectura por la escritura.
Siendo persona de extraordinaria sensibilidad, sin duda exacerbada por su mala salud, no pudo evitar, o no quiso, que sus emociones vitales y percepciones sensoriales impregnaran sus escritos, en particular este Esbozo. Amante del arte en todas sus manifestaciones, practicó la poesía y la música, y en ambas se manifestó vanguardista y vital, alejado de cualquier diletantismo y presunción.
Pero si quisiéramos obtener un retrato exacto del personaje, deberíamos recurrir a la descripción que de él hizo su mentor y padrastro, el también filósofo Alfred Fouillée, quien dijo que poseía una fisonomía de una nobleza y douceur incomparables. Es en ese término, de tan difícil traducción cuando se aplica a personas, donde se halla la clave de la personalidad de este autor. Su inteligencia, plástica y ágil, su curiosidad y avidez por lo bello hallábanse atemperadas por su bondad y por la serenidad, no exenta de cierta tristeza, con la que encaró sus sufrimientos.