Los cuentos de O. Henry tienen una característica que los hace inconfundibles, su final con sorpresa. La última línea resuelve, siempre con maestría, una trama, compleja en su camino por los sentimientos pero clara en la descripción de sus protagonistas. Jorge Luis Borges, que lo admiraba profundamente, dijo de él: «Edgar Allan Poe sostenía que todo cuento debe redactarse en función de su desenlace; O. Henry exageró esta doctrina y llegó así al trick story, al relato en cuya línea final acecha una sorpresa».Esto no es un cuento y otros cuentos recoge doce historias de nítida escritura, sentido del humor paradójico y un estilo directo, con una técnica que hoy llamaríamos avant la lettre, cinematográfica. O. Henry decía que en Nueva York hay cuatro millones de historias, las de sus cuatro millones de habitantes: desde el amor -o más bien la dura conquista de la mujer- al negocio del heroísmo, desde el periodismo a la caballerosidad sureñas, las «leyes» capitalistas de la oferta y la demanda o los indios «civilizados» que estudian griego y sólo arrancan la cabellera de sus contrincantes en los partidos de fútbol americano, sus narraciones cargadas de humor y de un enorme pragmatismo nos cuentan hechos insólitos en las vidas de gente corriente.Desde 1919 el O. Henry Award es el premio más prestigioso de Estados Unidos para relatos breves. Entre sus ganadores se cuentan narradores como William Faulkner, Dorothy Parker, John Updike, Truman Capote o Raymond Carver.O.Henry, cuyo verdadero nombre era William Sidney Porter, nació en Greensboro (Carolina del Norte) el 11 de septiembre de 1862. A los veinte años se trasladó a Texas, ejerció diversos oficios y se casó con Athol Estes, con la que tuvo dos hijos. En 1894, mientras trabajaba en el First National Bank de Austin, Porter fue acusado de apropiarse de cuatro mil dólares. Huyó a Honduras, donde vivió siete años, pero al enterarse de la enfermedad incurable de su esposa, que murió de tuberculosis en 1897, regresó y cumplió una condena de tres años en Ohio. En la cárcel empezó a escribir historias cortas para mantener a su familia, y tras su liberación en 1901, cambió su nombre por el de O.Henry y se trasladó a Nueva York. Desde diciembre de 1903 a enero de 1906, escribió un cuento semanal para el semanario New York World, y varios cuentos en otras revistas que le dieron una gran popularidad. Sus relatos cortos se convirtieron en ejemplo de construcción circular con un remate sorpresivo y teatral. Sin embargo su éxito radica en su empatía con el lector, en su elección de personajes y ambientes que sugieren familiaridad en situaciones excepcionales. Minado por el acoholismo crónico y los problemas económicos, O.Henry murió en Nueva York, el escenario de muchos de sus cuentos, el 5 de junio de 1910.