Una pregunta clásica sobre el Holocausto es ¿cómo fue posible la discriminación y el posterior exterminio sistemático de los judíos europeos en el seno de una sociedad culta y avanzada como la alemana?
En su estudio pionero, publicado en 1978, el historiador George L. Mosse lo explicó trazando el recorrido intelectual y popular del racismo y el antisemitismo en la cultura europea. Lejos de ser una aberración marginal y pasajera, o una creación de Hitler y sus seguidores, la cultura racista moderna, originada en la Ilustración, se apropió con éxito de todas las ideas y movimientos importantes de los siglos XIX y XX, incluida la ciencia, el gusto estético, la moral de la clase media o el nacionalismo, y tuvo enorme influencia no solo en Alemania, sino en países como Francia y Reino Unido.
Ante la incertidumbre generada por la modernidad y el pluralismo, el racismo otorgaba a cada individuo su lugar en el mundo, ordenándolo y haciéndolo inteligible. Cuando un moderno movimiento político de masas como el nazismo se hizo con el control del Estado alemán, en un país sacudido por la Gu