HERRERO, LEANDRO / HIROTA, TWIGGY / DE PAZ, MATEO
VENGANZA
El pescadero aguardó con paciencia a que los últimos clientes del día se marcharan uno a uno. En cuanto se quedó solo, bajo el cierre, apago la mayoría de las luces y penetró en la cámara frigorífica. De ella sacó una pieza bastante pesada que, al descargarla sobre la tabla de cortar, sonó a carne muerta. Lo siguiente que se escuchó fue el chirrido del cuchillo contra el afilador. Ris, ras, ris, ras... De improviso, abatió el filo con tal fuerza que seccionó de un tajo la cabeza de aquel ser inanimado. Enseguida, con la maestría de años de oficio, abrió su vientre y extrajo las vísceras sin dificultad. Separó las partes duras de la carne blanda y troceó esta con rapidez, sin dudar un instante en su trabajo. Después llegó el momento más apetecido, el que había reservado para el final. Agarró la cola de su víctima y, con la punta de su herramienta, se la amputó en un decir amén. Levantó la extremidad recién extirpada, cogiéndola con la yema de los dedos, la contempló asqueado y la arrojó al cubo de los desechos.Y mientras se quitaba los guantes de goma, le habló a la carne despedazada como si aún pudiera oírlo:
?Ya te advertí, besugo, de que no tontearas más con mi mujer.
LEANDRO HERRERO
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TEMPLOS
El hombre se adora a sí mismo observando los templos bellos y armónicos que ha sido capaz de concebir. Lo que no considera es qué tuvo que destruir primero para construir encima. Su único afán es engordar el diámetro de la Tierra para atrapar el Sol y quedarse con su luz; que lo ilumine cuando le da por demoler los cimientos de las civilizaciones anteriores. En eso se entretiene entre palmada y palmada de su autoidolatría.
TWIGGY HIROTA
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LO QUE LES DURÓ EL AMOR
El médico miró hacia la ventana. Un pájaro negro se posó en el borde de teja. Buscó unos papeles en los cajones de su escritorio.
?¡Aquí están! exclamó.
Eran los papeles para la operación.
?Operaremos esta misma tarde ?dijo . Pero antes, Manuel, tiene que firmar aquí... y aquí... y aquí...
Manuel cogió la pluma con la mano derecha y con la izquierda sujetó el papel. Miró a Juana a los ojos y dejó que el recuerdo reciente del mar la evocara en su memoria.
?Aquí, aquí y aquí insistió el doctor como un eco.
Sin embargo, Manuel no firmó. Al mirar a Juana, había visto en sus ojos el destello electrizante de las medusas que provienen de lo más remoto de los océanos y recordó que le había prometido un gazpacho andaluz mejor y con menos pepino que el del restaurante del puerto, y porque, además, no estaba bien ignorar los designios de las barajas ya que la noche anterior le habían previsto un futuro prometedor junto a una mujer que emergía del mar como una medusa y que lo había de amar hasta la muerte.
MATEO DE PAZ