En la calle del Puchero
estaba llorando un niño.
Aquel llanto puso
de un humor de perros
al vecino de abajo.
El vecino de abajo
pegó un zapatazo en el suelo
y le pisó el rabo a su gato.
A partir de este incidente, las rutinas y hábitos cotidianos del vecindario se alteran y, siguiendo el mismo efecto que la caída de fichas en el dominó, los contratiempos se concatenan uno tras otro, propagando un ambiente hostil por el barrio.
El gato cae encima del cartero, quien pierde la correspondencia semanal de la portera. Esta, enojada, grita al frutero, que desconcertado, no solo no acierta con el pedido, sino que casi espachurra a una rana. Para evitar este trágico desenlace, el guardia de Tráfico sopla el silbato con tanto ímpetu, que se cae en el jardín del señor Romero y aplasta sus flores exóticas.