La Corona, rescatada arbitrariamente por Franco como desenlace del régimen autoritario, fue la herramienta principal de un tránsito complejo y singular en que el monarca designado se puso a la cabeza del cambio y logró aunar fuerzas para erigir un nuevo sistema constitucional semejante a los modelos europeos. Consciente don Juan Carlos de que el proyecto del Caudillo, que transfería al rey gran parte del poder político que el general había detentado, era del todo inviable, desplegó una operación de seducción que culminó en la ley para la Reforma Política y en las elecciones generales de 1977, constituyentes en la práctica. Comenzó entonces el juego de partidos, normalizado tras la desactivación por el rey de la intentona golpista del 23-F. Tras este proceso de ruptura pactada, don Juan Carlos mantuvo un protagonismo expansivo, que contribuyó al éxito de España tras una etapa negra y vergonzante. Por desgracia, el rey, que brilló en política, no estuvo personalmente a la altura de su responsabilidad, y comenzó un declive que, superpuesto a las grandes crisis de la globalización, los partidos tuvieron que gest