Occidente, o mejor, la cultura occidental, encontró su fundamento en la expansión europea gracias a la cultura cristiana, de manera que el concepto de Occidente resulta inseparable de su sustrato cristiano. Sin embargo, el desprecio de sus raíces culturales se ha convertido en el primer motor de un proceso de decadencia de incierto final.
Una deconstrucción que marcha a enorme velocidad desde que Estados Unidos se erige como la potencia globalista que se impone en Occidente, toda vez que la Unión Soviética, por su propia idiosincrasia, se destruyó a sí misma. El dominio estadounidense en el mundo, que se ha venido asentando progresivamente desde el siglo XX, ha traído nuevas formas culturales y ajenas al cristianismo.
Se trata de la supremacía hegemónica en forma de Nuevo Orden Mundial que se extiende por Occidente gracias al poder financiero y tecnológico de carácter global. Pero no todo es Estados Unidos. China aguardaba su hora, sin ruido y sin pausa. En pocos años ha surgido como el oponente que nadie esperaba, al que se han sumado multitud de países no alineados.