Los recuerdos de su infancia logran que La edad del sueño retorne al joven David, tras dejar su pueblo y marchar a la ciudad para aprender un oficio y forjarse un futuro.
Durante su infancia en una Tierra de Campos en la que la huella de la posguerra aún se encuentra tatuada en los corazones y en los quehaceres de la gente, David descubre una vida repleta de inmensos cielos azules acompañados de atronadoras tormentas negras. De brazos que lo acunaron y de palabras que abrieron sus inquietudes en un ambiente de calor afectivo y memoria, pero también escoltado de miedos y miserias, desconfianzas y desamparos. La misteriosa desaparición de una joven envuelve al pueblo, y David y sus amigos ven resurgir los relatos y los miedos ancestrales que los mayores recuerdan.
En La edad del sueño, el lector se encuentra ante un libro escrito con la sencillez que las cosas poseen en el paso continuado de los días. Ese tiempo en el que, en apariencia, apenas nada ocurre, pero que incita a volver la vista a las cenizas de un mundo ya periclitado, con un sustituto repleto de incertidumbres y falto de identidad. Toda una cadena de sueños evaporados por lo inmediato y el constante deseo de algo que, al conseguirlo, de nuevo muestra la curiosidad y la insatisfacción humana.