Primera parte. El ojo sorprendido.
Capítulo 1. Huecos; Capítulo 2. El nacimiento de la naturaleza muerta como proceso intertextual; Capítulo 3. Márgenes.
Segunda parte. El ojo curioso.
Capítulo 4. Del ensamblaje (o cómo hacer un cuadro nuevo con una imagen antigua); Capítulo 5. El dilema de la imagen; Capítulo 6. El engranaje intertextual.
Tercera parte. El ojo metódico.
Capítulo 7. Cuadros, mapas, espejos; Capítulo 8. Imágenes del pintor / imágenes del pintar; Capítulo 9. El revés del cuadro.
Lista de ilustraciones.
Bibliografía.
Índice onomástico y temático.
Este libro dedicado a la aparición del cuadro se ha escrito precisamente en la época en que su desaparición empieza a ser notoria. Sin embargo, puede decirse que el cuadro es una invención relativamente reciente. Frente a las antiguas imágenes adscritas a una función de culto muy precisa y a un lugar determinado, el cuadro es un objeto que ya no se define ni por su función litúrgica ni por un lugar de exposición fijo. Es un objeto creado para otro tipo de contemplación que la dedicada a los iconos, a los murales de asunto sacro o a las miniaturas de los códices, cuya historia se desarrolla en el ambiente de lo que Hans Belting ha denominado la Era del arte, a la que sigue cronológicamente la Era de la imagen. Lo que importa no es su tema (fenómeno secundario) sino la intención de comprensión y autocomprensión de este nuevo objeto figurativo que es el cuadro. Ésta será una de las ideas principales tratadas en estas páginas, el estatus de la imagen pintada en Europa occidental entre 1522 y 1675.
Este libro dedicado a la aparición del cuadro se ha concebido precisamente en la época en que su desaparición empieza a ser notoria. Frente a las antiguas imágenes con una función de devoción y culto precisa y con un lugar determinado, el cuadro es un objeto que va ganando en autonomía y en versatilidad al compás de los avatares de la historia y de la propia evolución de la técnica artística. Puede decirse que el cuadro como objeto de contemplación estética y susceptible de formar parte de un ambiente doméstico, una colección o de un museo es una invención relativamente reciente. Es en el clima de renovación del saber filosófico y de las guerras de religión cuando curiosamente se empieza a debatir y a clarificar el papel de la imagen. El cuadro es un objeto creado para otro tipo de contemplación que la dedicada a los iconos, a los murales de asunto sacro o a las miniaturas de los códices. El cuadro se puede destruir, venerar o coleccionar, comprar y vender. La diversificación de los géneros pictóricos se hace patente y empieza la Era del Arte. Lo que importa no es sólo la temática (fenómeno secundario) sino la personalidad del pintor que reflexiona pintando sobre el mundo y sobre su mundo. Este libro nos invita a considerar el cuadro como algo más que un objeto religioso o decorativo y pretende reconstruir en la medida en que esto es posible su entorno cultural. Estas páginas nos conducen a un punto crítico y concluyen justo cuando el virtuosismo de un extraño pintor nórdico, Cornelius Norbertus Gijsbrechts, nos enfrenta a la paradoja de presentarnos un cuadro pintado que evoca nada más y nada menos que el revés de un cuadro.