El castillo de Trebont no era un castillo normal, y quienes lo habitaban, tampoco: eran fantasmas, pero fantasmas muy raros. Jamás nadie había oído hablar de la maldición de la camiseta apretada, ni del embrujo de los zapatos de las malas pulgas o del encantamiento del lloriqueo constante, nadie excepto Mora, Broncas y Sensible, que eran los que los sufrían...