«Novela de agria fuerza», éste fue el juicio de Thomas Mann, gran admirador de Hermann Ungar, sobre Los mutilados (1923), una danza de la muerte cuyo horror procede del realismo de la acción, que no decae en ningún momento.
Franz Polzer, empleado de banco, atrapado durante décadas en una rutina mediocre y embrutecedora, se hospeda en casa de Klara Porges, una viuda todavía joven que lo esclaviza. Karl Fanta, amigo de la infancia de Polzer, rico, cínico e inválido, y Sonntag, su enfermero, un religioso exaltado y antiguo matarife, se instalan en casa de Klara Porges. Ungar nos presenta a estos personajes, con sus miedos y fantasías, su codicia, su sadismo y su desamparo, con un estilo que combina la desgarradora fuerza del expresionismo con la impasible lucidez del objetivismo.