Mucho se ha escrito sobre ese Byron melancólico y salvaje que deambula por sus poemas líricos, pero su sombra ha ocultado inmerecidamente a otro Byron mordaz, ingenioso y desenvuelto al que T. S. Eliot admiraba «por no ser nunca aburrido». Escribió reseñas, relatos como el que dio lugar a Don Juan –y que situaba en España la historia de su divorcio–, discursos, textos políticos, disertaciones sobre poesía y esbozos que bien podemos considerar los restos supervivientes de sus hoy perdidas memorias. Su prematura muerte impidió que viera publicada esa colección de prosas escritas «en un estilo originalísimo pero, sobre todo, feliz» (como las describió su editor, John Murray), a la que ya había dado el nombre de Misceláneas. Este libro salda esa deuda y presenta a los lectores en español el retrato de un Byron maravillosamente iluminado, en cuyos tonos brillan por igual el reseñador de diecinueve años que dispara su ingenio contra Wordsworth como el que hace temprana memoria con Spencer, el turista de la Casa de los Lores que antepone a cualquier causa un buen discurso como el narrador que se lan