De camino, Tainá se acordó de Luana, la pequeña vecina que había llegado hacía poco al pueblo.
Las dos habían nacido en el mismo y país y enseguida se hicieron amigas.
Pasó por su casa y la llamó a gritos:
-¡Luana! ¡Vamos a jugar con la cometa!
Como un relámpago, Luana apareció y juntas bajaron a la playa.
Una tarde de final de verano, Tainá invitó a Luana, la pequeña vecina que acaba de llegar al pueblo, a jugar con su cometa en la orilla del mar.
En un espacio idóneo para juegos y confidencias, en el que se percibe la sensación de libertad, las evocaciones de lo vivido, la añoranza y la percepción de las ausencias contribuyen a que a su amistad se fortalezca.
Un misterioso mensaje encontrado en una botella, aún por descifrar, ayudará a entender que, a veces, los sueños pueden cumplirse.
Un relato expresado artísticamente con una combinación de colores suaves que transmite con transparencia la intensidad de la luz blanca y los tonos azules de ese océano compartido que se pierde en el horizonte.