El valle del Guadalquivir fue una de las zonas que tuvo en la antigüedad las imprescindibles condiciones climáticas y de fertilidad en su suelo como para evolucionar al grado de civilización: a las orillas de ríos caudalosos y navegables, tierras que permitían un buen cultivo y permanecían habitadas desde el paleolítico. Pero siempre se ha denostado la idea de una civilización propia en la suposición de que todo rastro civilizador le viene de Oriente. Sólo se le permiten algunos rasgos característicos propios y, además, siempre desde una posición de indígenas dominados que copiaban a sus colonizadores. En este libro se abordan los antiguos asentamientos en el Bajo Guadalquivir, alrededor del lago Ligustino, desde el III milenio hasta que los tartesios se difuminaron en la historia con la conquista romana, con aportaciones concretas sobre los yacimientos de Asta y toda la zona de la provincia de Cádiz. Se ofrecen y siguen pistas por las que en este extremo de Europa también pudieron darse civilizaciones autóctonas desarrolladas, y no sólo la mítica Atlántida que tanta tinta ha vertido, pueblos que elaboraron una arquitectura particular, una forma de arte propia, unos ajuares diferentes, una agricultura acorde con el terreno, una tecnología que supo aprovechar los metales de sus minas, un comercio que les llevó a construir naves capaces de enfrentarse a las mareas del Atlántico, unas ciudades que aglutinaran y rigieran todo ese devenir. Esta ?otra mirada? ofrece una singular visión del mundo antiguo en la que Tartesos, aunque con influencia fenicia, no sería una creación fenicia, sino que, siendo heredera de la cultura megalítica, aportó su conocimiento y técnica a la creación de una gran comunidad en el Mediterráneo durante el llamado Período Orientalizante y que, por tanto, puede ser considerada como la primera civilización autóctona de la Europa Occidental.