Es la noche de apertura de La Mansión y no se ha reparado en gastos, ni grandes ni pequeños, para su inauguración. La piscina infinita resplandece; en las Cabañas del Acantilado y las Chocitas del Bosque se obsequia a los huéspedes con bolsitas llenas de cristales de sanación; el cóctel de la casa (hecho con pomelo, jengibre, vodka y una gota de aceite de CBD) se sirve en abundancia. Todo el mundo viste de lino.
Sin embargo, más allá de las impecables praderas del hotel se extiende un vetusto bosque erizado de secretos. Los vecinos del pueblo están indignados porque creen que La Mansión se está apoderando del bosque e intenta privatizar la playa, y en los límites de la finca ha habido altercados entre lugareños y empleados del hotel. Corren, además, rumores constantes acerca de una vieja leyenda del folclore pagano (porque tiene que ser una leyenda, ¿no?): los Pájaros Nocturnos, una fuerza vengadora a la que se invoca para que repare los agravios que escapan a la ley. Aunque sin duda en La Mansión todo se ha hecho conforme a la legalidad.
El domingo por la mañana, el fin de semana de la inauguración, la policía local recibe un aviso. Ha habido un incendio. Se ha descubierto un cadáver. Algo pasa con los huéspedes. ¿Qué ha ocurrido en La Mansión durante las treinta y seis horas anteriores? ¿Y quién -o qué- es el causante?