En este volumen, segunda parte de "Radiografía de Barbarroja", Fernando Paz analiza la situación producida tras los grandes triunfos de la Wehrmacht en el verano de 1941.
Sorprendentemente, el Ejército Rojo, que debería haber sido liquidado antes de la línea del Dniéper, continúa en pie y ralentiza cada día con mayor eficacia el avance alemán. Aunque la Wehrmacht obtiene en ese otoño algunos de los mayores triunfos de la historia militar, ha perdido algo decisivo: tiempo.
En el lado alemán, Hitler mantiene una enconada disputa con sus altos mandos, que desean establecer Moscú como objetivo de la campaña, algo que el Führer no comparte. La controversia se agriará con el transcurso de las semanas y pasará una onerosa factura a la máquina de guerra germana.
Las decisiones militares de Hitler, a día de hoy aún polémicas, serán en parte saboteadas por sus generales. No obstante, la imagen de Hitler como jefe militar sale reforzada de su pugna con ellos, al adoptar una serie de determinaciones esencialmente acertadas.
En el lado soviético, tras las espantosas derrotas de los meses anteriores, se aprestan a defender su capital, mientras el pánico se apodera de la ciudad; los altos mandos del Partido Comunista huyen, los motines se suceden mientras los moscovitas aguardan la entrada de los alemanes, y los abastecimientos escasean cada día más. Pero Stalin se queda a defender Moscú.
Se produce entonces el pulso más dramático de la Segunda Guerra Mundial, con las férreas voluntades de Hitler y Stalin enfrentadas, cara a cara, sobre el sudario de metro y medio de nieve de los helados páramos y bosques rusos, convertidos en sepultura de centenares de miles de hombres.