Apostando por la distancia y el aislamiento, la provocación y el intimismo -robinson como concepto-, este singular y arriesgado poemario esgrime a partes iguales ironía, sarcasmo y reflexión. Estamos ante una mirada penetrante que observa, con cautela y cierta dosis de estupor, algunos naufragios y más de un rescate. Entre el agua del desierto y el blanco del papel, la voz de este libro bascula entre un robinson en minúscula y un Bartleby que preferiría no hacerlo. Poesía de hondo calado, servida en un lenguaje expresivo a ratos simbolista, Diarios de robinson supone el regreso a la poesía de un escritor autosilenciado durante veinticinco años. Desde su atalaya de observador avezado, proclama en voz firme y sensorial un discurso lírico que seduce y sorprende, que provoca, cautiva e hipnotiza. Paréntesis que se abren y a veces se cierran, interrogantes que no siempre encuentran respuestas, este libro es la invitación nada convencional -en ocasiones sus versos son dardos- a compartir la mirada de un hombre, siempre testigo y nunca protagonista, que asiste perplejo al extraño carnaval de nuestra época.