Misterioso, callado y taciturno, de Jorge Perotti se decía que había heredado una gran fortuna. Sin embargo, ninguno de los parroquianos que lo saludaban todos los días en el bar de la calle La Luna había intimidado demasiado con él. Su única amiga era una niña de diez años, hija de los propietarios del bar, a quien él llama¬ba tiernamente Cucurucho. Cuando Perotti murió, ya centenario, sus últimas palabras fueron: «El Gran Juego. Sólo quiero volver al Gran Juego». Y el Gran Juego es la herencia que dejará a la pequeña Cucurucho: una serie de pistas encadenadas que la niña deberá resol¬ver en compañía de su hermano mayor, Cosme, y que a la postre se convertirá en la gran aventura de su vida.