La sidra, el producto más identitario de Asturias, se encuentra muy presente en la vida cotidiana de la región y ha conseguido impregnar hondamente su imaginario colectivo.
En torno a sus formas de sociabilidad, producción y consumo, en efecto, se ha generado un rico y complejo conjunto cultural.
La sidra es un elemento vertebrador en algunos contextos sociales que le son propios y está presente en muchos otros: en el espacio indispensable de recreo que es el chigre o en el llagar y la espicha, que tan destacado papel juegan en la estructura del ocio regional.
En lo que a su dimensión económica se refiere, pese a su imagen de vestigio de un mundo tradicional, la manzana y la sidra acabarían siendo una de las señales más ciertas y seguras de la modernización del sector agrario.
Ciertamente, en ninguna otra región productora ha estado tan arraigada, ni presenta un tipismo regional tan definido, ni su consumo ha estado tan difundido ni es tan popular, ni ha sido capaz de generar una ritualización tan compleja, una cultura material tan rica y una serie de manifestaciones que puedan rastrearse con tanta nitidez en el folklore, en la literatura y, de modo sumamente destacado, en las artes plásticas.
El sector no solo se enfrentó con éxito a momentos de desaceleración, sino que supo también superar el reto impuesto por la emergencia de la sociedad de consumo, algo que no pudieron hacer otros muchos productos tradicionales.
La recuperación rápida y sostenida debió mucho al arraigo y significación del producto en la región, a la vinculación de la comunidad portadora de esta cultura con el elemento identitario.
El manzano constituye un cultivo tradicional de la casería asturiana y su plantación se intensificó a medida que el agro se fue modernizando y orientando hacia la especialización ganadera.
Fruto y bebida aparecen documentados desde el siglo VIII, constituyendo en la Baja Edad Media la mayor riqueza frutal de la provincia, sobre todo gracias a la extensión de los contratos de mampostería.
Dos son los procesos que impulsan y desarrollan de modo sustancial la producción de sidra en la segunda mitad del siglo XIX.
El primero, la emigración a ultramar, lo que proporciona la demanda inicial y las conexiones necesarias para la expansión al vasto mercado americano, que será crucial en la conformación de la industria de la sidra champanizada; el segundo, el proceso de industrialización y la consiguiente urbanización regional, que conllevó un notable aumento de la población, el incremento del consumo y, en general, el despegue de otros tipos de pautas culturales en el consumo de bebidas alcohólicas; el mercado regional interno, de este modo, se ampliaba considerablemente convirtiéndose en un notable estimulador de la producción.
Todas estas realidades han quedado recogidas en la creación artística de los más destacados pintores, escultores, impresores o litógrafos asturianos, y son razones como las expuestas las que han permitido que la Cultura Sidrera Asturiana sea la candidata española para ser reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por parte de la Unesco.